domingo, 26 de septiembre de 2010

Biodiversidad en arenales mediterráneos

Primeros de agosto al borde del Parque Natural de las Salinas de Santa Pola, calor achicharrante y la familia refrescándose en la playa de La Marina. Sin embargo, me llama más la atención la parte "trasera" de la playa. Es un pequeño resto de un sistema de dunas que nos habla de lo que algún día fueron muchas zonas de nuestro litoral mediterráneo y su rica biodiversidad, hoy desaparecidas. No se puede pasear mucho por allí a medio día sin miedo a un golpe de calor, pero merece la pena dedicarle un poco de tiempo antes o después del baño. Lo más llamativo del día un ejemplar de Argiope lobata en el centro de su inmensa tela. Es una araña enorme, su abdomen es más grande que una moneda de 20 céntimos de euro, con las patas abiertas ocuparía la palma de una mano. Sin embargo, no fue eso lo primero que vi, antes me percaté de que una especie de hilo de nylon atravesaba mi camino, lo palpé y era tenso y fuerte cual cuerda de guitarra. Lo seguí y resulta que estaba al lado de una tela de casi dos metros de diámetro horizontal y más de un metro en vertical. Ese hilo era uno de los tensores con que se sujetaba a los árboles y arbustos del entorno. En su centro, la gran araña pendiente de dos anchos hilos avisadores por si alguna presa caía en su red.
Estoy sobre dunas fijadas por la vegetación de pinos, eucaliptos, alguna que otra palmera datilera y muchas plantas de menor talla.
Nada más dejar la playa lo primero que me encuentro en una ancha banda de la hierba cuchillo, Carpobrotus edulis, que avanza por sus cuatro costados dejando calvas requemadas en su centro. De esa manera invade el suelo e impide el crecimiento de plantas autóctonas. Superada esta frontera me encuentro con una pléyade de insectos que vuelan, saltan y corren a mi alrededor. El suelo quema y da la impresión de que esa sea la razón por la que la pequeña avispa cazadora no para quieta posándose y volviendo a alzar el vuelo en busca de presas. Gracias a Julián, El Naturalista, la he podido ubicar en el género Ammophila, las cazadoras de orugas. Si el hecho de que sus patas sean rojizas y la pilosidad escasa vale de algo, según el Insectarium virtual puede que se trate de Ammophila heydeni.
Otras avispas son menos delicadas y acercarse a uno de sus nidos, del tamaño de un balón de fútbol, colocado en pleno suelo, no es muy buena idea, aunque estas parecen muy concentradas en su trabajo.
Su nombre científico, gracias otra vez a Biodiversidad Virtual, puedo decir que es Polistes gallicus.Como decía antes, pude ver muchos más insectos en muy poco tiempo. Las cigarras cantaban por todos los lados retándome a encontrarlas con la vista, lo que no conseguí. Delicados neurópteros volaban con sus alas de encaje de manera muy poco elegante, a diferencia de las libélulas que superficialmente se les parecen. Alguna de ellas pasó volando veloz, lo que nos indica que en las proximidades hay agua dulce. Saltamontes muy alerta, imposibles de fotografiar y casi hasta de observar. Algunas chinches de campo, de las que mostré el Carpocoris poniendo los huevos en otra entrada. Y de repente, una rarísima bola negra pasa en línea recta por delante de mi cara, baja al suelo y se levanta de nuevo. Pensé que era un escarabajo, la persigo y otra vez la veo caer. Me acerco con la cámara por delante para hacer la foto antes que nada y sin tiempo para enfocar. Hice bien, aunque la foto sea muy regular, porque se volvió a levantar y desapareció de mi vista para siempre.
Hasta que no descargué la imagen en el ordenador no tenía ni idea de lo que había (no) visto. A ver si lo adivináis antes de mirar la otra foto siguiente.
Creo que se trata de una pareja en cópula de mosca cazadora, de la familia de los asílidos. Ese abdomen largo y las robustas patas terminadas en dos ventosas así me lo indican. Para que los más despistados sepan de que familia de moscas hablo, he hecho una foto a un ejemplar de otra especie, que encontré ahogado en el estanque de casa. Este es:
Son unos animales muy interesantes, feroces cazadores de todo tipo de insectos y con un curioso comportamiento de cortejo que espero poder captar alguna vez.
Pero la "trastienda" de la playa no sería tal si no estuviese llena de papel higiénico, pañuelos de papel y basura. Hasta tal extremo que iba temeroso de encontrarme a alguien con el culo al aire detrás de cualquier arbusto. ¡A ver cómo le iba a explicar que hacía fotos de insectos y no de cerdos! Una lástima, ver convertido en letrinas lo que debería ser un reducto de biodiversidad.

viernes, 17 de septiembre de 2010

LA VUELTA… ATRÁS

DE VUELTA CON LA CHICHARRA Y A VUELTAS CON LA BOLA DEL MUNDO


Estoy de vuelta con las chicharras de montaña Lluciapomaresius stalii (antes llamada Steropleurus stalii). No tenía intención de escribir tan pronto sobre ellas, pero me he visto empujado a costa de la otra vuelta, la Vuelta Ciclista a España.
Hemos visto muchas de estas chicharras este año en la Sierra de Madrid, quizás por casualidad hemos coincidido con sus periodos de actividad, quizás a consecuencia de la meteorología de este año haya habido una explosión demográfica, más presas de las que alimentarse o quizás, en definitiva, nos hayamos fijado más en ellas.
La última subida que hicimos a las laderas de La Bola del Mundo, el pasado domingo, pudimos verlas en el momento de alimentarse de sus propios congéneres, pisados en medio del camino, y de los saltamontes de montaña con los que comparten el hábitat.

Foto de arriba realizada por Francisco Javier Barbadillo

Estos animales son endemismos de alta montaña que tienen poblaciones isla separadas cientos de kilómetros unas de otras. Son elementos de investigación de primer orden para taxónomos y biólogos que estudian la evolución, muestras vivas de los procesos de aislamiento y especiación. Los ecólogos pueden estudiar cómo afectan los cambios climáticos sobre las especies de montaña, pues son las más afectadas por lo que ha dado en llamarse calentamiento global. Estamos asistiendo a un proceso en el que los animales de montaña están restringiendo su distribución cada vez a mayor altitud, tanto por el clima como porque se ven empujadas por especies de zonas bajas que llegan más arriba aprovechando la bonanza meteorológica. Literalmente las especies de montaña no pueden subir más arriba y están condenadas a la extinción.

Pero no hace falta ni que cambie el clima, ni que se extiendan otras especies, ni siquiera que tengan o no la oportunidad de subir montaña arriba, si lo que ocurre es que, en plena época de reproducción, ya han muerto en la poda y “limpieza” de las plantas de las cunetas, así como pisoteadas por la organización y el público que acudió el sábado a la Bola del Mundo a presenciar la Vuelta Ciclista a España. No hay mejores lugares para hacer una etapa de montaña. No hay mejor sitio que la subida a las Guarramillas, en el centro del lugar donde quizás, cada día lo dudamos más, alguna vez se declare un mutilado Parque Nacional.
Pero esta Vuelta, no es un caso aislado, sino una vuelta de tuerca más a una sobreexplotación irracional de una sierra que no da más de sí. Y si no, lean la noticia de este último mes de mayo en EL PAIS

Javier Barbadillo en El Último Rincón y yo en este blog, nos hemos puesto de acuerdo para escribir sobre el mismo tema. No dejes de leerlo pinchando aquí.
Otras entradas relacionadas:
- Las chicharras haciendo la puesta pinchando aquí
- Más sobre las chicharras en reproducción pinchando aquí

sábado, 4 de septiembre de 2010

Las chinches ligan en el cardo corredor

Finales de agosto, calor, mucho calor, las herbáceas están amarillas y las flores de umbelíferas, que hace poco ofrecían néctar a gran cantidad de insectos en sus flores diminutas, tienen sus cabezas mustias, caídas como mirando al suelo. Solo unas pocas plantas mantienen una cierta lozanía ante estas temperaturas y sequía. Por su parte, las chinches de campo han desarrollado sus alas por completo, tras la última muda de piel ya son adultas y les llega el momento de la reproducción. A las chinches de campo les gustan las flores de las umbelíferas, pero ahora ya están secas casi todas ellas. El lugar de encuentro para las parejas tiene que ser una de las pocas plantas que aún las pueda alimentar.
En nuestros prados, cunetas, barbechos y escombreras, desde el nivel del mar a la media montaña ¿que mejor sitio que el cardo corredor? Y es que éste no es un verdadero cardo, sino una umbelífera excepcionalmente protegida y adaptada a la aridez mediterránea. Su nombre científico: Eryngium campestre.Al cardo le tenemos que agradecer que sea simbionte y alimente a un hongo, la seta de cardo, Pleurotus eryngii. Y esa es la razón por la que también se le llama cardo setero.
Los cardos corredores florecen en pleno verano y cuando se secan, ya entrando los vientos otoñales, con frecuencia son arrancados y ruedan por prados y caminos, como los arbustos de las películas del oeste americano. Así se dispersan las semillas que van cayendo por el camino. Pero en el suelo quedan los rizomas, que para las grandes plantas pueden ocupar varios metros de diámetro y, en simbiosis con él, las micorrizas del hongo, que pronto, si el año es húmedo, harán aparecer sus cuerpos fructíferos: las deliciosas setas.
En un paseo por casi cualquier paisaje ibérico, que no sea de muy alta montaña, nuestro camino estará flanqueado por estos humildes cardos y sobre ellos, con gran profusión, las chinches de campo extrayendo los últimos tragos de sabia y néctar o depredando sobre otros insectos, que de todo hay.
Entre las chinches más comunes y llamativas se encuentra Graphosoma italicum, imposible que pase desapercibida con la parte superior dibujada de líneas negras y rojas y punteado en el vientre.
También bastante común en nuestras latitudes es otra especie de la misma familia (Pentatomidae) y parecido tamaño, Carpocoris mediterraneus, e igualmente las encontraremos dedicadas a asegurar la siguiente generación.Aquí en la sierra de Madrid, a más de mil metros de altitud, están las chinches dedicadas a la cópula, pero hace un mes, muy cerca del mar, en la costa alicantina, ya estaba la misma especie poniendo huevos. De distinta familia (Lygaeidae) podemos encontrar, a la vez y en los mismos cardos, a la chinche de los avellanos, Spilostethus saxatilis, que dicho sea de paso, nunca ha atacado al avellano de mi jardín, pero abunda en los prados de alrededor de casa.
El ejemplar de la fotografía inferior tiene las alas izquierdas atrofiadas y nos deja ver claramente el ala dura superior, que es la que tiene color, y el ala membranosa y voladora, que queda debajo y se asoma en la parte trasera donde se suele cruzar con la del lado contrario.
Todas ellas tienen colores llamativos, anuncios de su toxicidad o de sabores desagradables, que la mayor parte de las veces proceden de las mismas plantas de las que se alimentan. Por eso son tranquilas y se dejan observar sin alterarse demasiado. A lo sumo, procuran ponerse en el lado contrario del palito donde estén posadas, como jugando al escondite, o procurarán introducirse un poco más entre las hojas espinosas del cardo, para sentirse más seguras. Eso nos dificulta un poco la fotografía, no todo va a ser tan fácil, pero dejándolas tranquilas un rato, volverán a sus quehaceres y amoríos permitiéndonos ejercer de voyeurs naturalistas. Si somos impacientes y las molestamos, seremos castigados y se dejarán caer entre las hojas más espinosas de la base o saldrán volando.