lunes, 9 de diciembre de 2013

Nuestras razas ganaderas, un tesoro de Biodiversidad.

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Vaca negra avileña ibérica en el Puerto de la Morcuera, Madrid.
Este fin de semana se ha hablado mucho en los círculos conservacionistas de la cacería que se ha celebrado en el Parque Nacional de Monfragüe y no he podido evitar recordar los inicios de la declaración de ese espacio, entonces aún Parque Natural.
La casualidad quiso que yo colaborase en un estudio sobre ranas en aquellos tiempos posteriores a la dura lucha contra el establecimiento de plantaciones de eucaliptos. Por eso, lo visité con mucha frecuencia durante dos años y conocí la que creo que fue su etapa más bonita, a cargo de Jesús Garzón.
Una de las acertadas ideas de Suso era recuperar algunos de los usos ganaderos de esa tierra y entre ellos incluía no solo la trashumancia y las cañadas y veredas como pasillos biológicos, cuando casi nadie se acordaba ya de ellos, y menos desde el punto de vista conservacionista, sino también las razas autóctonas como reservorio de biodiversidad cuando ese término aún no se había inventado.
Ahora llamamos biodiversidad genética a la que existe dentro de una especie y las razas ganaderas son un precioso ejemplo.
Una de las primeras vacas blancas cacereñas que llegaron al entonces Parque Natural de Monfragüe, finca Las Cansinas.
Diapositiva de la época digitalizada.
Siempre me han gustado tanto los animales silvestres como los domésticos y aquellas palabras suyas eran música para mis oídos. Y así fui testigo de los primeros intentos de volver a dotar a los ganaderos de mastines españoles y observé, en primera fila, la llegada al Parque del grupo inicial de vacas de raza blanca cacereña, que se encontraba (y sigue) en serio peligro de extinción. 
Con emoción nos contaba Suso que esas vacas, según decía la tradición, habían llegado a Extremadura de la mano de los romanos, que admirados de su belleza y blancura la utilizaban en sacrificios rituales a sus dioses. Después se habían conservado gracias a su rusticidad, pero en tiempos recientes se habían ido perdiendo por cruces con otras razas bovinas más seleccionadas pero menos resistentes, pues su fortaleza ósea las hacía idóneas para conseguir una buena producción de carne a la vez que resistencia y tamaño.
Entonces, todos pensábamos que aquello de los romanos seguramente se trataba de una bonita leyenda, pero años después, cuando los análisis de ADN relacionaron las blancas cacereñas, no con otras razas autóctonas ibéricas, sino ni más ni menos que con las vacas de la India, nos dimos cuenta de que quizás algo de verdad había en ella y que la tradición oral, generación tras generación de pastores, podía tener su razón.
Vaca avileña negra ibérica en prados de la Sierra de Guadarrama.
Ese problema de pérdida de variabilidad genética por hibridación con razas más productivas pero menos rústicas, es una constante en las razas españolas y lo vemos en el día a día en nuestro campos, donde a las vacas autóctonas les colocan sementales de otras razas para conseguir terneros más productivos. Afortunadamente, existe un pequeño número de ganaderos apasionados que se encargan de mantener ciertas razas y hay organismos oficiales que velan por su conservación.

Semental de avileña negra ibérica. Estos toros tienen una increíble potencia y agilidad y su sangre late por muchas de las ganaderías de toros de lidia.
Sé que me quedo muy corto, pero no tengo ni tantas fotos como me gustaría, ni este es el lugar adecuado para hacer una relación exhaustiva de todas nuestras razas. Valgan las que muestro a modo de ejemplo.
Veo a diario los rebaños de avileñas negras en las laderas de la Sierra de Guadarrama y me admira como soportan tanto la nieve y la escarcha invernal como los tórridos días de verano. No entiendo cómo pueden soportar con ese intenso color negro la radiación solar del mes de agosto.
Entre las avileñas, de cuando en cuando, se encuentran otras vacas de un bonito color grisáceo, llamado cárdeno. Se trata sin duda de moruchas cárdenas, aunque sean cruzadas, una raza de origen ibérico, propio de las dehesas salmantinas no muy abundante por esta zona madrileña. Sin embargo, el año pasado disfruté del espectáculo de un rebaño de ellas, posiblemente de pura raza, entre los pinares y prados de Cercedilla. Hay una variedad de cárdena andaluza, muy parecida y con igual color, aunque a veces es más manchada. En Andalucía tienen también sus correspondientes negra ibérica y retinta, todas son descendientes del tronco ibérico ancestral.
Vaca morucha en Cercedilla.
Las vacas retintas son de su mismo origen y, junto a las razas anteriores, son ancestros de muchas ganaderías bravas o de lidia, que al contrario de lo que suele creerse, no es una raza definida, sino una selección y cría de diferentes orígenes teniendo en cuenta su bravura y utilidad para la lamentablemente llamada "fiesta nacional". Teniendo esto en cuenta, no me preocuparía la pérdida de ese ganado, pues no considero que haga un gran aporte a la riqueza genética de nuestro patrimonio. Y tampoco me vale otro viejo argumento en defensa de la conservación del toreo, el hecho de ser valedora de las dehesas andaluzas, extremeñas o salmantinas, pues hay muchas otras razas que son rentables en ese ecosistema y, posiblemente, menos problemáticas. Aunque, naturalmente, es una opinión muy personal y, advierto, no lo voy a someter a discusión en los comentarios.

Vacada de lidia en Salamanca con claros orígenes de la raza retinta.
Otras de las vacas que pueden verse, aunque la mayoría de las veces cruzada con otras razas, son las berrendas. Son unos animales muy grandes y de cuerpo largo. Son conocidas y se han conservado posiblemente por su uso como mansos o cabestros para guiar al ganado bravo, incluso en los encierros. También es una excepcional raza de trabajo por su tamaño y fuerza, pero con la mecanización del campo no son tan necesarios y sus efectivos han disminuido mucho.
Semental de berrenda en colorado mostrado en la feria de ganado de Cercedilla en 2013.
En las dehesas de Guadarrama, Alpedrete y algunas más del entorno, se pueden ver vacas que se ajustan bastante a la tipología y color de la raza, aunque muy posiblemente estén cruzadas. Junto a la Carretera de Colmenar Viejo (N-607), cerca de la salida a Guadalix de la Sierra, hay un prado donde suele haber buenas vacas de estas razas.
Vacas y terneros con tipología de berrenda, aunque los cuernos no sean los típicos de la raza, al menos en el ejemplar más cercano, aunque quizás sea aún joven. Dehesa de Guadarrama.
Y, aquí la curiosidad: las berrendas en negro y las berrendas en colorado, no tienen el mismo origen a pesar de que su aspecto sea muy similar y que casi solo se diferencien en el color. La tradición ha querido que los ganaderos hayan mantenido a estas dos variedades separadas y así han llegado hasta nuestros días, aunque corren serio peligro, como siempre, al ser sustituidas por razas con mayor producción cárnica, aún siendo más delicadas. 
Vaca y ternero con forma y color propio de berrenda en negro. Dehesa de Guadarrama.
A veces puede confundirse una berrenda en negro con las típicas vacas lecheras holandesas de raza frisona. Son buenas pistas para diferenciarlas la irregularidad del borde de las manchas y las manchas de pequeño tamaño típicas de las berrendas, frente a los cuernos más pequeños y, desde luego, el gran desarrollo de las ubres en las frisonas.
Vaca frisona lamiendo a su ternero recién nacido en pleno campo. No es una imagen habitual porque estas vacas son más delicadas y suelen mantenerse estabuladas, especialmente cuando se acercan momentos como el parto. Además, cada día deben ser ordeñadas, con el consiguiente trasiego.
Otras joyas de nuestro panorama de razas autóctonas son los caballos de las retuertas, de los que recientemente se ha descubierto que es la raza más antigua de Europa y las vacas marismeñas de Doñana. Gracias a su sistema explotación estas vacas y caballos se han mantenido semisalvajes y forman parte del ecosistema del Parque, como tantas especies silvestres que allí habitan. Es una suerte que su primer director, José Antonio Valverde, tuviese a bien mantenerlos para así integrar la cultura y la economía con la conservación, que es la mejor manera de que perduren las condiciones que han dado valor a los ecosistemas ibéricos.
Vaca marismeña en el Parque Nacional de Doñana.
Las vacas marismeñas me traen el recuerdo de una anécdota que he oído aplicar a esta y a otras razas ganaderas manchadas ibéricas: El ganado que se mantiene en plena libertad en territorios amplios con poco control por parte de los ganaderos excepto para la extracción de algún ejemplar, marcar los terneros, algún cuidado y poco más, era importante que se pudiese distinguir el perteneciente a uno u otro propietario. Para eso, las manchas, las pintas, características de cada animal servían como si fuesen las huellas dactilares para diferenciarlos. Según dicen, ese es el origen de la expresión "conocerle por las pintas" o "qué pintas traes" aplicado a las personas cuando se les reconoce desde lejos por el aspecto.
Evidentemente, en el caso de las berrendas las pintas valen no solo para eso, sino para diferenciarlas del otro ganado al que estaban ayudando a manejar, que generalmente es de color más uniforme. Antaño había más mastines españoles de capa manchada para diferenciarlos de las ovejas, igual que los actuales mastines del Pirineo, pero precisamente cuando se fijó el estándar de esa segunda raza, se procuró eliminar de la cría (oficial) a los mastines españoles pintos, con un criterio más  estético que funcional, bastante absurdo.
Semental de asturiana de la montaña o casina, mostrado en la feria de ganado de Cercedilla este año.
También en la Sierra de Guadarrama  se pueden observar razas autóctonas de regiones más lejanas, como las casinas o asturianas de la montaña, que pude ver en la feria de ganado de Cercedilla. Igual que la asturiana de los valles, se crían para su aprovechamiento cárnico y se utilizan los sementales para cubrir vacas de las razas que hemos visto más arriba.
Vaca de asturiana de la montaña o casina, mostrada en la feria de ganado de Cercedilla este año.
Como dije al principio sería muy largo hablar de todas las razas por mucho que me gustaría. Sobre todo porque algunas son un verdadero icono representativo de la región de procedencia. Me gustan especialmente las razas gallegas como la rubia y la cachena, de las que lamentablemente no tengo fotos. También es una preciosidad la tudanca, tan representativa de los prados cántabros.

Tudanca pastando en Picos de Europa.
Terminando con las vacas solo por un momento me voy a detener en las cabras para mostrar una raza muy olvidada: la del Guadarrama, característica con su largo pelo especialmente concentrado en la parte posterior del cuerpo. Recuerdo, de niño, haber visto estas cabras en la Casa de Campo de Madrid, cuando mis padres me llevaban a pasar la tarde los fines de semana y en muchas excursiones veraniegas. Ahora me dan una alegría las raras veces que me topo con uno de sus rebaños en mis paseos campestres.

Cabra del Guadarrama, en Santa María de la Alameda.
No puedo olvidarme tampoco de los maltratados asnos y sus diferentes razas, la mayoría en peligro.
Asno maniatado, de raza andaluza en las cercanías de Grazalema.
Igualmente hay caballos españoles únicos y sus genes se encuentran en razas de todo el mundo. La conservación de las variedades autóctonas es una obligación que debemos a nuestros descendientes. Tengo especial debilidad por las especies pequeñas y rústicas del norte peninsular, sobre todo las que viven en estado semisalvaje como los asturcones. El pasado verano tuve el gusto de ver una raza que era desconocida para mi, la monchina de Cantabria, que también está catalogada como en peligro de extinción.
Caballos monchinos en los Picos de Europa.
Ovejas, cerdos y gallinas son otro patrimonio genético a tener en cuenta para su conservación.
Pero no solo son importantes las razas y su diversidad genética, sino las formas de explotación respetuosas con el medio ambiente e integradas en los ecosistemas tradicionales. En la Península Ibérica tenemos un inigualable patrimonio natural en los prados de montaña, dehesas y, sobre todo, en las vías pecuarias, que atraviesan nuestro territorio como autopistas naturales para la fauna y la flora, hoy lamentablemente interrumpidos por tan gran número de carreteras y vías férreas, cuando no invadidos por las más variadas infraestructuras y ocupaciones ilegales, que son casi imposibles de seguir. 

Si hay un proyecto que se eche de menos a nivel nacional es la supresión de las barreras para la dispersión de la fauna y la recuperación de las vías trashumantes con pasos subterráneos o elevados anchos y cubiertos por vegetación. 
Termino, como no, hablando de la persona que más me abrió los ojos a este mundo rural tan interrelacionado con la conservación, Suso Garzón, y su defensa de las cañadas y la trashumancia, que cada año se reivindica a su paso por Madrid, gracias a su iniciativa y tesón. 
Y gracias a los ganaderos y pastores que han contribuido con su trabajo a que estas razas y estos campos hayan llegado hasta nuestros días a pesar de las dificultades.
Fiesta de la Trashumancia en Madrid, momento del paso por la calle Alcalá, por donde discurre una cañada real.

Enlaces externos:



El caballo losino, un ejemplo de esfuerzo personal y privado para la conservación de una raza autóctona en peligro. Y dentro de estas páginas no te puedes perder el capítulo dedicado a la encebra.

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