jueves, 17 de noviembre de 2011

Cochinadas


Desde animal maldito y prohibido hasta verdadera joya gastronómica, los cerdos y sus parientes llevan a sus espaldas una contradictoria imagen. Son codiciadas piezas de caza desde el paleolítico, como se refleja en las pinturas rupestres. Posteriormente fueron animales domesticados. Y por último, se van ganando el favor de los amantes de los animales como mascota. Parece chocante de un animal tachado de sucio, pero es que realmente no lo son, como van demostrando los cerdos vietnamitas en cada vez más hogares.

Se les ha clasificado dentro del numeroso Orden de los Artiodáctilos, un curioso cajón de sastre que los científicos dicen que es de origen polifilético, es decir, que los han agrupado juntos pero se sabe que tienen distintos orígenes evolutivos. Los protagonistas de esta entrada pertenecen al Suborden Suina, que comprende dos familias, los Suidae, que son los jabalíes, facoceros, potamoqueros y babirusas, distribuidos por Asia, Europa y África con un total de 17 especies y por otro lado la familia Tayassuidae, que incluye a las tres especies de pécaris de Centro y Sudámérica.

Sin duda la especie con mayor éxito, por su adaptación a distintos ambientes, lo que implica una distribución geográfica natural más amplia, es el jabalí, Sus scrofa, con numerosas subespecies. Se encuentra de manera natural en la mayor parte de Europa, en Asia y en el norte de África.

Además, los aficionados a la caza los han transportado a casi todos los rincones del mundo, incluida Australia, con las consecuencias negativas que son de suponer. Por supuesto, es también el pariente silvestre del que proceden todos los cerdos domésticos.

De vocación forestal.
La mayor parte de las poblaciones y especies de suinos habitan en bosques, por su alimentación y por la necesidad de regular su temperatura corporal. Al ser de gran volumen, necesitan vivir en lugares umbríos y, a ser posible, tener acceso a masas de agua donde refrescarse. Y mejor que agua lodo, porque el lodo transmite el calor de una manera mucho más eficiente que el agua limpia. Por eso remueven la tierra para amasar el barro. Eso también les vale para deshacerse de los parásitos externos, que quedan embutidos en el barro y luego, al rascarse en los troncos de los árboles, son arrancados.
Hay varias especies de potamoqueros, como los Potamochoerus porcus de la siguiente fotografía, pero son menos conocidos que los facoceros, porque tienen hábitos muy escondidos en las selvas africanas, y no son tan fáciles de observar y filmar como los animales de sabana.

Lecciones de ecología evolutiva.
Los facoceros son los súidos más característicos de espacios abiertos: la sabana africana. A ellos no les vale esconderse entre la vegetación densa y, por lo tanto, tienen que defenderse por medio de la rápida carrera. Un facocero a todo correr es casi imposible de alcanzar por un leopardo o un león, si no los pillan desprevenidos. Y contra los guepardos tienen un formidable método de defensa con sus grandes colmillos.
La selección natural les ha dotado de unas patas mucho más largas que al resto de su familia, adaptadas a la carrera. Sin embargo, la gran potencia de su cabeza, que exige unos fuertes músculos en el cuello, no les permitió alargar el cuello a la vez. De esa manera, para desenterrar los bulbos y los animales del suelo que constituyen su alimento, necesitan arrodillarse para hozar.
Tampoco les vale el revolcarse en el fango para refrescar su cuerpo ante el exceso de insolación. Por eso cavan madrigueras, o aprovechan las de otros animales, y pasan allí las horas de más calor y las noches, cuando los enemigos acechan. También se cubren de polvo, como hacen los elefantes, búfalos y rinocerontes, todos ellos animales de gran volumen y escaso pelo.

Lecciones de Biogeografía
En distintas islas de Indonesia se encuentran tres especies muy cercanas entre sí, y son un ejemplo de evolución insular, se trata de las babirusas: Baryrousa babyrussa (en las fotos), B. celebensis y B. togoeanensis. Su antepasado posiblemente tenía una distribución común, pero al quedar aisladas unas de otras su genética cambió hasta ser tan diferente como para considerarlas especies distintas. Si embargo, su aspecto externo es muy similar.

Son unos animales extraños, con unas características que parecen más propias de un animal prehistórico. Lo más llamativo es que los colmillos de la mandíbula superior no salen por la boca, en la encía, sino que atraviesan el morro hacia arriba.

La segunda lección de Biogeografía nos la ofrecen los pécaris, que como ya hemos comentado ocupan el continente americano y son de una familia distinta. Sus antepasados llegaron a Sudamérica hace unos 5 millones de años, cuando Sudamérica y Norteamérica se unieron después de haber estado separadas por un brazo de mar, ya muy distanciados de sus parientes asiáticos que debieron entrar por el norte. Ellos y otros mamíferos placentados que penetraron en el continente sur, llevaron a la extinción a numerosos marsupiales que se habían mantenido con vida desde la época en que América y Australia, que compartían fauna, se separaron.
Los ejemplares de las fotos pertenecen a la especie Pecari tajacu y nos muestran que se encuentran muy cómodos viviendo apelotonados.

La unión hace la fuerza.
Los pécaris son el mejor ejemplo para mostrar la importancia de la defensa en grupo. Son de tamaño relativamente pequeño, solo el jabalí pigmeo es menor, pero al formar grupos de hasta un centenar de indivíduos, son capaces de defenderse incluso de los pumas y jaguares. Casi todas las especies de súidos forman pequeñas manadas y son activos defensores de las crías. Sobre todo las hembras, que colaboran entre sí en su defensa.

Buenos para comer... ¿o no?
En su altamente recomendable libro "Bueno para comer, enigmas de alimentación y cultura", Marvin Harris, explica las razones por las que el cerdo es un animal prohibido para los judíos y musulmanes. Según él no es, como se ha mencionado repetidamente, porque sean portadores de triquina, pues esa relación se descubrió a mediados del siglo XIX y con recomendar cocer bien la carne ese problema se habría solucionado. El cerdo tiene una rentabilidad alimento consumido frente a carne producida, que no supera ningún rumiante, por lo que sería una especie muy recomendable para mantener y criar. La razón es ecológica. En los ambientes donde se han desarrollado estas dos grandes religiones, que son fundamentalmente desérticos, el alimento de los cerdos sería una seria competencia para la comida de los humanos. No ocurre así en las culturas más cercanas a los bosques, donde los súidos consumen productos forestales que no forman parte de la base alimenticia de las personas, además de tener un ambiente más propicio para esa especie.
Las culturas judía y musulmana han venido asociadas a la especie domesticada más propia de los ambientes áridos: la cabra, un poderoso agente en la desertificación, pero capaz de extraer proteínas animales a partir de vegetales incomestibles para nosotros. Además la cabra proporciona leche y todos sus subproductos. Los dromedarios son otra historia, y también formaron parte de los animales prohibidos, porque su utilidad como medio de transporte los hace demasiado valiosos para comérselos, pero cuando hay necesidad...
Me temo que cuando los preceptos religiosos compiten con la comida de supervivencia, lo espiritual tiene las de perder, pero si ayudan a racionalizar los recursos, tienen mucho conseguido.