lunes, 13 de enero de 2014

2013. El año de la hierba viborera

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La pasada primavera hasta personas no especialmente interesados en la naturaleza se dieron cuenta de que los montes y prados se tiñeron de morado durante unos cuantos días. Todos los años ocurre en mayor o menor medida y después es fácil que el color sea sustituido por el amarillo y blanco de otras especies, pero este 2013 fue realmente llamativa la coloración morada.

Se trata de hierba viborera, Echium plantagineum, cuya característica son las hojas basales en forma de roseta. También forma tapices E. vulgare que tiene las espigas más largas, las flores más pequeñas y alcanza mayor altura. Son boragináceas a las que también se les ha dado el nombre de flor morada (o azul), lengua de vaca, chupamieles y, el que más me gusta: paquetequieromañosa.

Lo de viborera es porque su fruto tiene una forma parecida a la cabeza de ese reptil y también, quizás, porque cuando están brotando los capullos florales tienen una forma enroscada con un cierto parecido a una serpiente (esto es más propio de E. vulgare). De ella la antigua medicina natural decía que valía para tratar las picaduras de las víboras, pero no es algo que ahora se mantenga, aunque parece ser que sí tiene ciertos usos medicinales.

Estas flores son muy productoras de néctar, no tanto de polen, y quizás de ahí venga el nombre de chupamieles, ya que las abejas acuden a ellas con verdadera pasión. No es de extrañar, ya que son de las primeras que cubren en gran cantidad los campos y ofrecen un buen banquete a las abejas después de los fríos.

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Lo de "paquetequieromañosa" se aplica porque no tienen gran utilidad, aunque a mi me parece que solo por la producción de miel de las abejas ya se merecen un poco más de respeto.


Sabiendo que era deseada por las abejas y suponiendo que también por otros insectos libadores de néctar, me propuse hacer una sesión fotográfica. Pero no, prácticamente todos los insectos que acudían a ellas fueron abejas de la miel. Debo recordar que esta primavera del 2013 no solo fue el año de la viborera, sino también de la escasez de insectos, que tras fríos y lluvias, después de una agradable primavera temprana, casi desaparecieron del campo y no empezaron a hacerse numerosos hasta bien entrado el verano.

Me conformé pues con fotografiar a las abejas con sus idas y venidas, entrando y saliendo de las moradas flores.


A medida que maduran y envejecen las flores de la viborera van cambiando de color, siendo más rojizas cuando aún no se han abierto y más azules cuando marchitan. El color azul, curiosamente, es el que mejor ven las abejas por su componente ultravioleta.

Pero si dicen que en las familias hay una oveja negra, entre las viboreras, de vez en cuando, también se encuentran las que dan la nota, la nota blanca.

Hay otras especie del mismo género que tienen las flores blancas, pero no es este el caso. Esto es una especie de albinismo floral que si fuese una especie de interés en jardinería, seguro que se habría seleccionado para su cultivo.

Además de las viboreras hay otras flores moradas que tiñen las laderas montanas, entre ellas los cantuesos, Lavandula stoechas, que cubren más las zonas rocosas que los prados. Entre unas y otras consiguen vestir las faldas de la Sierra baja madrileña y, además, nos ofrecen el espectáculo de cómo la floración se va extendiendo laderas arriba y de sur a norte a medida que avanza la estación cálida. 

Ante esos campos llenos de flores no puedo evitar recordar algo, sobre lo que ya hice una entrada, para tranquilidad de los alérgicos. Estas flores que se fecundan por el polen transportado por los insectos no producen alergia, porque pesa mucho y no llega hasta nuestro aparato respiratorio. La mala noticia es que a la vez florecen otras plantas, las gramíneas, de flores insignificantes pero que sí usan el viento para transportar su polen, que es mucho más pequeño y sí entra en nuestra nariz, garganta y ojos. 

Y, aunque me pese, también el viento transporta el polen de algunos árboles, como las encinas que bordean los prados de viborera.