El pasado viernes murió mi tercera y última mastín, una perra a la que llamamos Bola en honor a la Bola del Mundo. Esta es una de las más conocidas montañas del Sistema Central que forma parte del horizonte de nuestro entorno. La de abajo es una foto reciente, con sus casi diez años de edad, bastante para ser un mastín, pero nunca suficiente para nosotros.

Con ella ponemos fin a la saga de mastines que han marcado nuestras vidas desde que nos vinimos a vivir al campo. Al primero, que llamamos Bolo porque nació en Toledo y también quisimos ligarle al mismo monte, lo tuvimos que sacrificar con solo un año de edad. Padecía una enfermedad congénita que hacía que las articulaciones de sus patas no soportasen su peso. De nada sirvieron los variados (y caros) tratamientos, no era capaz de dar dos pasos sin caer estrepitosamente al suelo, apenas comía y su vida era una agonía.
Tras Bolo, y no sin bastantes dudas, decidimos lanzarnos a tener una pareja e incluso plantearnos la posibilidad de criar. Previamente yo había colaborado en los proyectos que Jesús Garzón inició en Montfragüe intentando que la cultura del mastín, igual que la trashumancia, volviese a las tierras extremeñas. Entonces yo no podía tener perros, pero me sentí feliz de compartir aquellas ideas con Suso, su hermana Paloma y su cuñado, Nacho Doadrio, ligando conservación, cultura y amor a los perros. Algún día lo comentaré en otra entrada.
En mi coche viajaron mastines con destino a exposiciones, para ser cruzados con ejemplares leoneses o para ser repartidos por nuestra geografía. Ahora, por fin, tenía la oportunidad de participar con mis propios perros. Oportunidad que pronto se truncó y a la que la muerte de Bola pone su punto final.

Así llegaron a casa primero Mali y después Bola, con un par de meses de diferencia. Mi hija creció a la vez que estos inmensos peluches vivos. Cariñosos y pacientes con sus juegos hasta el infinito. Si no fuese porque ella también ha sido de lo más contenida, habría tenido que cuidar para que no fuese la niña la que hiciese daño a los cachorrotes. Igual soportaban que se montase encima o que les fuese llenando la boca de palitos. Ellos se dejaban hacer y eran felices de compartir los juegos de la pequeña de la casa, no por edad, pero sí por tamaño, ya que en poco tiempo ellos fueron más grandes que ninguno de nosotros.

Le llamamos Mali por la Maliciosa, la montaña en cuyas faldas vivimos. Mali fue un perro bastante impresionante. Cuando nos hicieron la foto que muestro abajo tenía un año de edad recién cumplido y pesaba unos 80 Kg.

Con tres años, que es la edad a la que esta raza alcanza el máximo desarrollo, pesaba más de 100 y no puede decirse que fuera un perro obeso. Era fuerte y ágil, se movía muy bien en el campo y de un largo paseo volvía tan fresco como cuando habíamos salido. Esa es una de las características que debe tener un mastín para hacer los muchos kilómetros que supone la trashumancia: andar durante el día y, por la noche, tener fuerzas para defender a las ovejas del ataque de los lobos.

Con motivo de una exposición le tuve que fotografiar con una antigua carlanca, esos collares de pinchos que evitaban que los lobos y otros perros mordiesen al mastín en el cuello. Le quedaba pequeña por más de 15 centímetros. Los viejos mastines, los mastines de campo, ni en sueños alcanzaban esos tamaños. Y eso, si no se le pone algún tipo de freno, puede ser la perdición de la raza o la escisión en dos tipos de perros completamente diferentes: por un lado los perros de lujo con su pedigree, quizás guardianes en fincas pero nunca para marchar por el campo, y por otro los perros de trabajo con el ganado, más ligeros y ágiles, necesarios también hoy en día para hacer posible la convivencia de la ganadería extensiva y el lobo, los verdaderos mastines.

Mali era un prototipo del carácter de la raza, tranquilo pero alerta con los extraños, nunca hacía ni siquiera intención de morder, pero imponía con su tamaño y la potencia de su grave ladrido, las pocas veces que ladraba. Excepto con Bola, ignoraba a los demás perros cuando nos cruzábamos con ellos en nuestros paseos, no tanto si alguno se acercaba a la puerta de casa.
Era muy obediente, tuve que trabajar con él desde muy pequeño para que lo fuese. Sabía que si no lo controlaba en ese momento no iba a poder contenerlo más adelante. Pero en su relación conmigo no era el típico servilismo que suele caracterizar la relación perro-amo. Los mastines, como Konrad Lorenz explicaba en sus libros hablando sobre los perros nórdicos, son animales mansos, pero independientes. Su relación, no se parece a la típica parternofilial que tienen otras razas, sino de compañerismo y mutuo respeto. A mi entender, la manera más noble de relacionarse con un animal. Esa característica les hace también ser excelentes perros de guarda, pues no sufren, como otras razas, el alejamiento del amo durante periodos largos de tiempo. Si además se tienen al menos dos, el problema deja de existir.
Mali murió en mis brazos unos meses después de cumplir los tres años, se lo llevó una
torsión de estómago. La tendencia a este percance es otro defecto hereditario característico de las razas de gran tamaño y pechos profundos, que se ha trasmitido en el pedigree de muchos de nuestros molosos. En apenas un cuarto de hora desde que descubrí los síntomas al llegar a casa, se desplomó, cinco minutos antes de que llegase la veterinaria preparada para entubarle. Pocos poseedores de perros saben lo que es esto, pero los amos de mastines lo conocen sobradamente. Si tenéis perros, por favor, enteraros buscando en la red lo que es, como evitarlo y como reconocer los síntomas para llevarlos inmediatamente a urgencias.
Es muy posible que también eso matase a Bola, ya que previamente había vomitado gran cantidad de babas y tenía el vientre hinchado, aunque no se dieron ninguno de los elementos de riesgo, no había comido justo antes, ni hecho ejercicio, quizás bebió agua fría del estanque, pero dudo que en grandes cantidades, pues había comido hacía muchas horas.

La foto superior muestra a Bola cuando tenía un año de edad. Fue cuando quedó tercera en su primera presentación a una exposición canina, monográfica de mastines y nacional. En la segunda ocasión, en una dedicada a razas españolas quedó cuarta.

El experto juez, que tenía la costumbre de emitir sus juicios por los altavoces para ser más didáctico, dijo que tenía la nariz levantada, pero la puso como ejemplo de buen andar. Magnífico ojo clínico, porque un par de meses después, cuando fui a hacerle la radiografía obligatoria para poderla usar en programas de cría, le diagnosticaron displasia grave de cadera. Allí terminaron mis ilusiones de criar, pues sería una irresponsabilidad traer al mundo más mastines con defectos congénitos. Por esta razón decidimos esterilizarla, lo que todos los propietarios de perras que no deseen criar deberían hacer para ahorrarse problemas, para ellos y para los animales.

Tres años convivieron Mali y Bola y yo siempre he dicho que si bien Mali era mi perro, Bola pertenecía a Mali, pues a él le había entregado su corazón. Bola también era obediente y además extraordinariamente sensible, tanto que una regañina la dejaba verdaderamente triste. Mientras Mali me seguía a mi y me provocaba para jugar, Bola lo hacía con Mali. Por esa razón, cuando Mali murió ella cayó en una verdadera depresión, algo que nunca hubiera pensado en un perro, pero que es absolutamente cierto. Dejó de comer, de jugar y de correr. Malvivió durante unos nueve meses, hasta que decidimos poner otro perro en nuestras vidas, Pizca, la teckel, siete kilos de alegría, capaz como nadie se sacar a cualquiera una sonrisa y la mejor terapeuta del mundo para la felicidad de Bola.

Otra enfermedad, también de origen genético y propia de razas de gran tamaño, una deficiencia de hormona tiroidea, vino a deteriorar aún más su ya problemática vida por los dolores de la displasia. Afortunadamente, nuestra veterinaria, Elena Iglesias de la Clínica Veterinaria Del Valle, identificó los síntomas rápidamente (somnolencia continua, pérdida de pelo en el dorso y permanencia excesiva en el sol, incluso en pleno verano) y pudo ponerla en tratamiento. Pronto conseguimos su recuperación, aunque quedó condenada a tomar de por vida hormonas sintéticas, aparte del medicamento protector para las articulaciones.

Por su propia fisiología y problemas al andar, Bola fue una perra muy tranquila, nada juguetona, pero cariñosa al máximo. Su cielo era ponerte la cabeza sobre las rodillas y que te pasases el tiempo masajeando sus abundantes pliegues de piel. Si parabas te daba con su pataza para que lo siguieses haciendo.
Ha dejado en el jardín y en nosotros un vacío tan grande y tan negro como ella.