La frase que da título a esta entrada nos transporta,
especialmente a los que ya tenemos una edad, no solo a la novela y película
Moby–Dick, sino a un sinfín de historias, aventuras y juegos que marcaron
nuestra infancia. Y es curioso que aunque la gigantesca ballena blanca,
cachalote en realidad, fuese en la novela un animal maligno, no lo era menos el
obsesivo capitán Ahab, con lo que era más fácil identificarse con el cetáceo
que con su cazador.
Así, está cantado que ver un cachalote, una vez en la vida, sea una de las ilusiones infantiles de casi cualquier amante de la naturaleza, al menos en mi caso, así era. Y dado que no he tenido otro medio a mi alcance para hacerlo por libre, no tuvimos más remedio que embarcamos con una empresa que se dedica a ello, con la ilusión de poder observar cetáceos varios y, con suerte, incluso cachalotes, que son abundantes en las Azores.
Sí, sigo hablando de mis cortas vacaciones en Terceira. Antes de nada, debo decir que la empresa con la que hice la excursión marítima, Oceanemotion, trabajó de maravilla. Aparte de sus explicaciones y esfuerzos por que viésemos el mayor número posible de animales, seguían un estricto código ético: no acercarse a más de 150 metros y nunca por delante de ellos para no cortarles la huída, a no ser que fuesen ellos los que se acercasen (algo que los delfines sí suelen hacer). Eso nos dio mucha tranquilidad respecto al impacto que este tipo de actividades puedan tener y, al menos por el momento, creo que el impacto es bajo.
Además, superaron con creces el tiempo que teníamos contratado. En cualquier caso, que las gentes de Terceira se ganen así la vida y no, como hace años, cazando ballenas, es un buen motivo para ver estas actividades con satisfacción, incluso por los que no somos muy partidarios de los viajes organizados.
El primer grupo de cetáceos que pudimos ver fueron los calderones de aleta corta, Globicephala macrorhynchus. Disfrutamos un buen rato de sus evoluciones, aunque apenas si pudimos ver algo más que sus aletas dorsales y algo de la parte superior de su globosa cabeza, de ahí su nombre, por cierto: Cabeza grande morro grande, por si fuera poco. Estaban tranquilos, no parecían verse afectados por los tres barcos que había en su entorno, incluso se acercaban a uno y otro en algunos momentos.
Era un grupo numeroso y entre las fotos que pude hacer, unas mejores y otras peores, he podido distinguir estos individuos diferentes, que se pueden reconocer por las marcas de su aleta dorsal.
Era un grupo numeroso y entre las fotos que pude hacer, unas mejores y otras peores, he podido distinguir estos individuos diferentes, que se pueden reconocer por las marcas de su aleta dorsal.
Después de un buen rato nos alejamos y no tardamos mucho en encontrar otra especie, el llamado calderón gris, Grampus griseus. Es un cetáceo de tamaño relativamente reducido, más parecido a un delfín que a los grandes calderones, pero también tiene la cabeza globosa como éstos.
Los ejemplares jóvenes son de color oscuro, pero a medida que crecen van teniendo líneas y manchas claras que van cubriendo su cuerpo, Se ha especulado con la posibilidad de que sean cicatrices donde no vuelve a desarrollarse la melanina, pero se han visto recién nacidos con las mismas marcas. Simplemente, debe ser que la producción de melanina disminuye en los ejemplares adultos hasta desaparecer. De algo parecido traté en una entrada sobre cebras, citando el caso de los caballos blancos, particularmente los de raza española, que nacen negros y se van aclarando al crecer y madurar.
Estos animales nos entretuvieron también un buen rato, pasando por delante de nosotros muy confiados, incluso las madres con sus crías, y hasta tumbados panza arriba, nadando del revés. Pero no tuvimos suerte y no nos regalaron con algún salto para poder apreciar su curiosa y desconocida belleza. Igualmente, en la siguiente composición de fotos incluyo la relación de ejemplares que se pueden reconocer por las marcas de sus aletas dorsales.
¡Por allí resoplan!
¡Por fin pudimos ver cachalotes!
Como en las mejores películas de balleneros, su chorro de agua pulverizada se vio en la distancia en ángulo oblicuo, facilitando su identificación. Al acercarnos, el lomo con su aleta apenas insinuada, no dejó lugar a dudas. Nos advirtió la guía al acercarnos: “si asoman la cola es que se van a sumergir y lo pueden hacer a miles de metros y por mucho tiempo, así que les vamos a perderemos de vista". Cachalote, Physeter macroceohalus.
¡Por fin pudimos ver cachalotes!
Como en las mejores películas de balleneros, su chorro de agua pulverizada se vio en la distancia en ángulo oblicuo, facilitando su identificación. Al acercarnos, el lomo con su aleta apenas insinuada, no dejó lugar a dudas. Nos advirtió la guía al acercarnos: “si asoman la cola es que se van a sumergir y lo pueden hacer a miles de metros y por mucho tiempo, así que les vamos a perderemos de vista". Cachalote, Physeter macroceohalus.
Dicho y hecho, un par de fotos del movimiento similar al que los buceadores llamamos “golpe de riñón” y para el fondo. A falta de dorsal, las muescas de la cola son las que permiten a los científicos que los estudian reconocerlos individualmente. Por eso incluyo las dos fotos aunque parezcan algo repetitivas, para que se vean bien.
También vimos delfines mulares, Tursiops truncatus o, como dicen los anglosajones, de nariz de botella, aunque esa denominación se da también a otra especie y puede llevar a confusión. De lejos los vimos saltar, pero tras acercarnos, tampoco tuvimos suerte. Eso sí, se dedicaron a pasar por debajo del barco dejándose ver, aunque no fotografiar. La visión más cercana fue a contraluz y muy mala para hacerles fotos.
Ya íbamos de vuelta, se nos había pasado la hora, pero el barco dio la vuelta, en la lejanía se distinguía apenas unos bultos oscuros y un chorro de vapor. Se trataba de zifios (familia Ziphiidae), aunque nos advirtieron que eran animales muy asustadizos. En efecto, aunque se paró el barco para acercarnos muy lentamente, se asustaron antes de poder distinguir la especie. La foto, a gran distancia y un buen recorte, es meramente testimonial.
En varias ocasiones el barco pasó cerca de tortugas que tomaban el sol flotando, pero como la prioridad (y el contrato) era la visión de cetáceos, pasamos de largo. Sin embargo, a la vuelta y una vez la misión cumplida, nos acercamos a una de ellas y pude fotografiarla. Se trataba de tortuga boba, Caretta caretta.
Para que los cetáceos puedan vivir en esta zona del Atlántico, tienen que tener alimento y pudimos también comprobar que así era en nuestros paseos por el puerto de Angra do Heroísmo, la capital de Terceira. Durante todo el día, pero especialmente por la noche, el puerto estaba repleto de personas pescando calamares con caña y las capturas eran numerosas y continuas. Los calamares son la principal fuente de alimento de estos cetáceos, especialmente de los cachalotes y calderones.
Y no está de más añadir que la mayoría de los restaurantes de Terceira los preparan de maravilla, como el resto de comidas, auténticas y tradicionales, no como algunos lugares turísticos en España, que han sucumbido a lo que llaman comida internacional, es decir pizza, hamburguesas y poco más.
Que buena aventura y que bien explicada. Todavía no he realizado una de estas excursiones marinas, pero la próxima vez que pueda lo intentare.
ResponderEliminarUn saludo