domingo, 27 de mayo de 2012

Ranas de San Antón cantando en mi jardín

En mayo del 2009 me llevé una gran alegría cuando escuché por primera vez ranitas de San Antón, Hyla arborea, en el estanque de mi jardín. Un mes más tarde por fin vi un ejemplar. También el año pasado noté su presencia.
Nota: cuando se editó esta entrada su nombre científico era Hyla arborea, pero en la actualidad su nombre correcto es Hyla molleri.

Pero lo de este año ha sido apoteósico, en el jardín puedo oír un buen número de ejemplares y además se escuchan algunos más en los alrededores. No sé de donde han venido pero la ocupación es un hecho. Quizás sean los descendientes del macho que cantó hace tres años, que ya son adultos. Eso me dice que lo que hago para favorecer la vida de los anfibios en casa está teniendo éxito.
Es curioso como se han adaptado estas ranitas a las raras condiciones climáticas de este año. El año pasado, relativamente cerca de aquí, junto al río Manzanares, las vi enceladas y cantando en el mes de febrero, con un frío pelón. Fue en la misma zona donde vi reproducirse a los sapos corredores, como lo comenté en la entrada que puede verse pinchando AQUÍ. Es cuando hice las fotos de esta entrada. Sin embargo, este año no han comenzado su celo hasta bien entrado el mes de mayo, coincidiendo con las subidas de las temperaturas después de unos cuantos días de lluvia.
El siguiente vídeo está grabado el viernes pasado y ya hay puestas en el estanque, aunque no he podido ver ningún aplexus. A la vez que las Hyla se puede oír a las ranas comunes, Pelophylax perezi, con su gran variedad de sonidos, que ahora cantan sin parar, tanto de noche como de día.



Sin duda las ranitas de San Antón son las preferidas de la mayor parte de la gente, su vivo colorido, la manera de trepar y su aspecto de Rana Gustavo, es irresistible. El canto es un tanto estridente pero, afortunadamente para la relación con mis vecinos, solo cantan una corta temporada, durante la reproducción. En pleno verano, cuando se duerme con las ventanas abiertas, quizás haya a quien no les resulten tan simpáticas, por mucho que me gusten a mi.


Esta especie es un ejemplo clásico de cómo se escucha diferente el canto de un ejemplar aislado y cuando se juntan en un coro. Los componentes del coro entran a cantar en momentos precisos para formar una melodía particular para la especie. Los coros se pueden oír desde más lejos y ayudan a atraer a las hembras hacia las charcas. Afortunadamente en esta especie no parece tan fiel a su lugar de nacimiento como otros anfibios porque la colonización de mi jardín, que ha sido totalmente natural, no podría haber sido posible. También es cierto que han tardado más de diez años en asentarse.



martes, 8 de mayo de 2012

Colémbolos, saltadores con pértiga incorporada.

Hace más de 350 millones de años, en el periodo geológico llamado Devónico, en un húmedo ambiente, iniciaron su vida terrestre unos diminutos artrópodos: los colémbolos. A la vez, los más primitivos anfibios empezaban a salir del agua. Y en el mismo periodo se diferenciaba un grupo de plantas,  Progimnospermas, de las que luego evolucionarían, entre otras, las cycas, los ginkos y los pinos.

La semana pasada, finales de abril, con un tiempo húmedo característico de la primavera, en la Sierra de Gredos, dos representantes de una especie apenas recién llegada a este planeta, paseamos aprovechando los pocos rayos de sol que se filtran entre las ramas de los pinos, Pinus sylvestris. Hace unos minutos que hemos disfrutado viendo en un pilón las evoluciones de dos larvas de salamandra, nacidas el año pasado, muy grandes pero con la cola aplanada y las branquias aún bien desarrolladas, aunque su cuerpo ya está cubierto por las pequeñas manchas amarillas características de la subespecie Salamandra salamandra almanzoris. Un poco más adelante, en medio del camino, llaman nuestra atención unas manchas negras flotando en un charco. De lejos parecen de aceite, pero al acercarnos vemos que se trata de agregaciones de oscuros colémbolos, de la especie Podura aquatica.
Es decir, que mi mujer y yo nos movimos entre los descendientes de tres estirpes que se remontan a 350 millones de años de antigüedad.

 
Hasta hace poco se creía que los colémbolos eran los más primitivos insectos, pero ahora se considera que, si bien son hexápodos, pues tienen tres pares de patas torácicas, están separados de la clase Insecta, formando la clase Entognatha, junto a proturos y dipluros, otros curiosos y primitivos grupos que me encantan y espero que alguna vez puedan protagonizar una entrada en el blog.


Se dice que los colémbolos pueden ser los artrópodos terrestres más abundantes del planeta, no por número de especies, que no está nada mal con más 6.000, sino por el número de individuos que puede superar los 60.000 por metro cuadrado. Habitan en todos los continentes y ecosistemas, la única limitación que tienen es la necesidad de humedad ambiental, pues no tienen la cutícula igual de desarrollada que los insectos. Pero además de vivir en el suelo, en la hojarasca, entre los musgos y cortezas, incluso sobre el agua como el protagonista de hoy, también viven en capas profundas del suelo, en el medio intersticial, y en cuevas. A veces se ven sobre la nieve y, de hecho, viven también en la Antártida.
Los colémbolos son tan sencillos que ni siquiera tienen órganos sexuales para realizar la cópula, el macho deja un paquete de esperma sobre el sustrato y la hembra lo recoge. Algunas especies, eso sí, tienen un cortejo para animarlas. También es simple el aparato excretor, sus productos de excreción se quedan en la parte final del tubo digestivo y se eliminan con la piel de la muda.
Se alimentan de todo tipo de sustancias orgánicas y pequeños organismos que encuentran en su entorno, como algas, bacterias, otros animales y especialmente hongos. Algunos son capaces de roer plantas superiores y pueden llegar a ser plagas en los cultivos.  


En un animal de anatomía tan simple como la del colémbolo, conseguir los saltos que pueden dar es todo un prodigio. En la parte final del abdomen tienen unas extremidades que forman la furca, esa es la pértiga a la que me refiero en el título de la entrada. En posición de reposo, y cuando van andando, que es su manera normal de desplazarse, ésta se encuentra plegada contra el vientre y trabada en su extremo por una expansión ventral a modo de gatillo. Cuando quiere saltar, el colémbolo presiona los fluidos de su cuerpo, como un pistón hidráulico, hacia la parte trasera, forzando a abrirse a la furca, que al ser soltada por el gatillo golpea el suelo y lanza al colémbolo por los aires.
Podura aquatica puede vivir en el suelo, pero es más fácil verlos sobre el agua, donde forma agrupaciones de cientos de individuos, flotando gracias a su escaso peso y a la tensión superficial. Además su furca es aplanada, lo que le permite saltar sobre la lámina de agua sin romperla. 


Los primeros recuerdos que podríamos llamar naturalistas de mi infancia son de observación de los colémbolos. Para un niño criado en la ciudad, y en aquellos tiempos, no era cosa sencilla el tener acceso al campo. Recuerdo perfectamente, que me quedaba extasiado viendo las evoluciones de unos minúsculos animalillos blancos que andaban sobre la tierra de las macetas de las plantas de interior de mi madre. Bizqueaba fijándome en esos bichitos que de vez en cuando, sobre todo si les molestaba con un palito, daban unos saltos impresionantes. A los nueve años descubrimos que si podía ver esos pequeños bichos era porque tenía bastante miopía, lo cual me permitía acercarme más de lo habitual. Tumbado en la hierba y mirando el suelo es casi imposible no ver colémbolos… si se tiene buena vista cercana, claro.