Hace un par de meses me encontré un pequeño mántido en la terraza de casa. Creo que se trataba de una hembra de Ameles spallanzania. Aproveché la oportunidad para hacer diversas pruebas con un nuevo flash, fotografiándola desde diversos ángulos y con distintos fondos, mientras trepaba por una maceta de hiedra sin apenas inmutarse por mi presencia. De hecho, aceptó una mosca que le acerqué con unas pinzas, me la arrebató con verdadera ansia y la comió en un momento casi sin darme tiempo a reaccionar, como si fuese un animal doméstico acostumbrado a la presencia humana.
Pero no es ese el tema por el que la traigo al blog, sino sus fascinantes ojos compuestos.
Como se puede apreciar en el siguiente montaje, en sus grandes ojazos vemos un punto negro que parece seguirnos la miremos desde donde la miremos. No es cierta esa apreciación, y caemos en el error porque tendemos a asemejarla con la pupila de nuestros propios ojos, cuando el proceso de visión en los insectos es muy distinto.
En realidad los ojos compuestos de los insectos están formados por un acumulo de piezas de forma de tubos hexagonales, más bien cónicas, llamados omatidios, y cada uno de ellos capta una porción de la imagen que tiene enfrente. Es comparable a un montón de esas tuberías que aparecen apiladas en las obras. A medida que andamos delante de ellas vamos viendo la luz del fondo, pero no es que la luz nos siga, sino que nosotros vamos viendo sucesivamente el fondo de unas u otras. En este caso no es que el ojo nos siga a nosotros, sino que vamos viendo el fondo de cada uno de esos omatidios.
En el esquema que he puesto a continuación se aprecia que solo la flecha de línea contínua llega hasta el fondo del ojo, donde las células fotosensibles reciben la imagen para enviarla al cerebro a través del nervio óptico. De esa manera cada uno de los omatidios recibe las imágenes que tienen justo enfrente y el cerebro forma una imagen completa sumando todas las imágenes parciales. En el esquema, la letra C se corresponde con la córnea, que es una porción de piel en forma de lente, las siglas CR con el cristalino, que recoge los rayos de luz, la R con el rabdoma, la zona donde están las células fotosensibles, y la N con el nervio óptico.
En los insectos diurnos los omatidios están aislados unos de otros como las tuberías que comentaba antes. Pero los insectos nocturnos, para aprovechar la escasa luz, ésta sí puede pasar de un lado a otro y la imagen que se forma no solo es un sumatorio, sino también una yuxtaposición de imágenes parciales. En muchos otros insectos de ojos grandes y no tan grandes, se puede distinguir ese punto o mancha oscura. Por ejemplo, las ya conocidas en este blog, chicharras de montaña.Quizás los ojos más impresionantes de nuestra fauna sean los de las libélulas, que prácticamente ocupan los 360º de su entorno. La mancha "de fondo de ojo" es más amplia debido al gran número de omatidios, pues no solo tiene una gran superficie ocular, sino que también una gran densidad de omatidios por milímetro cuadrado, lo que les proporciona una gran agudeza visual. Los otros brillos y colores cambiantes de los ojos de los insectos son debidos a las diferentes zonas interiores de los omatidios, que cambian según les incida la luz.
La parte más externa que recubre los ojos, se cambia junto al resto de la piel en las sucesivas mudas de crecimiento y metamorfosis. Y más al interior algunas especies tienen también su propio colorido acorde con el diseño y color del resto del animal, contibuyendo de esa manera al mimetismo, como puede apreciarse en este saltamontes y en la negritud del grillo.
Una curiosidad: en los animales muertos, al deshidratarse, se pierden las cualidades ópticas de todo ese complejo de lentes vivas, con lo que podemos detectar si una foto de insecto es de un animal vivo o nos están colando un cadáver.
En los siguientes enlaces se puede buscar más información sobre el ojo compuesto y sobre la estructura del omatidio, pues como tengo por costumbre, no intento repetir contenidos sino invitar a observar.